sábado, 29 de octubre de 2011

Negro, chocolate, gris, púrpura...

... quiero decir que de todos los colores hay en este mundo intercultural que Dios no ha dado para malmeter un día sí y otro también.

Si el negro y los tostados serían los colores de África, añado los grises lluviosos y los suntuosos morados de los brocados, tapicerías y ropajes de los palacios de las antiguas realezas centroeuropeas. De allí nos vinieron, continuando su periplo, pueblos errantes, diásporas tan dispares como las de los judíos y la de los gitanos. Los primeros desde Oriente Medio, y los segundos, desde un poco más allá.
Polonia, Alemania, Hungría, Rumanía, Rusia... Unos y otros dejaron su huella cultural y musical, e incorporaron las que hallaban por donde pasaban o se establecían. La música klezmer, indispensable en las celebraciones judías, es el ejemplo más evidente. Nacida en la Edad Media, aúna espiritualidad y sentido lúdico.

Actualmente, la mezcla es difícil de rastrear: los hijos de gitanos con afroeuropeos, que se van a vivir a otro pais, y han crecido con el pop, el soul, el jazz, el reggae, el rock... Desde el estilo manouche de Django Reindhart, uno de los grandes del jazz, hasta los jóvenes Ayo o Wanlov, pasando por los polacos Kroke, especialistas en añadir algo de jazz a la música klezmer. La música de los Balcanes se populariza, mientras que en el Mediterráneo, las mujeres recogen la fusión de la historia entre sus pentagramas: Elephteria Arvanitaki, la zaragozana Carmen Paris o la afromallorquina flamenca Concha Buika ponen de manifiesto que en realidad no hay barreras. y que los colores son infinitos en matices.